- Comentario de la Semana [05 de octubre – 09 de octubre]
Reflexionando sobre la parábola del Banquete de Bodas, decía el Papa Benedicto: “Los invitados son muchos, pero sucede algo inesperado: rehúsan participar en la fiesta, tienen otras cosas que hacer; más aún, algunos muestran despreciar la invitación. Dios es generoso con nosotros, nos ofrece su amistad, sus dones, su alegría, pero a menudo nosotros no acogemos sus palabras…ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses… Él no se desanima, y manda a sus siervos a invitar a muchas otras personas.”[1]
Aceptar la invitación de Dios es reconocerse pecador y, por lo tanto, acoger con humildad su misericordia. Aceptar la invitación de Dios es revestirse de una túnica nueva, tejida por la rectitud de corazón, la sencillez y la conversión. Aceptar la invitación de Dios es despertar a la compasión ante el herido, como lo hizo el samaritano ayudando a un desconocido.
Entre los invitados está sentado uno sin traje de fiesta. Decía el teólogo Karl Barth: “el que no obedece y viene preparado, esto es, (vestido) festivamente, declina y rechaza la invitación igual que aquellos que no la aceptan y no asisten.” El “traje de fiesta” es la conversión, el cambio de corazón y de vida indispensables para entrar en el Reino de Dios.
Nos recuerda el Papa Francisco: «En la parábola no se menciona nunca a la esposa, pero sí se habla de muchos invitados, queridos y esperados: son ellos los que llevan el vestido nupcial. Esos invitados somos nosotros, todos nosotros, porque el Señor desea ‘celebrar las bodas’ con cada uno de nosotros».[2]
P. Guillermo Inca
Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana
[1] Homilía del Papa Benedicto XVI, domingo 9 de octubre del 2011
[2] Homilía del Papa Francisco, 15 de octubre del 2017