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  • Comentario de la Semana [07 de diciembre – 11 de diciembre]

El Apóstol nos invita a la alegría porque Cristo, la Luz de todo hombre, ha vencido a las tinieblas. La Fuente de nuestra alegría es Dios: “En eso…consiste la verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos”[1].

Hablar de alegría en tiempos de pandemia parece agresivo, sin embargo, es fundamental para sostener la esperanza. Decía el Papa: “Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los “heridos de la vida y huérfanos de alegría”. La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación”[2].

La alegría da color a la misericordia, porque “Quien practique la misericordia… que lo haga con alegría»: esta prontitud y diligencia duplicarán el premio de tu dádiva. Pues lo que se ofrece de mala gana y por fuerza no resulta en modo alguno agradable ni hermoso”[3].

No olvidemos lo que decía el Pastor de Hermas: “Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal”[4].

P. Guillermo Inca
Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana


[1] Benedicto XVI III Domingo de Adviento, 13 de diciembre de 2009

[2] Benedito XVI III Domingo de Adviento, 17 de diciembre de 2006

[3] SAN GREGORIO NACIANCENO, Disert. 14 sobre amor a los pobres.

[4] (PASTOR DE HERMAS, Mand. 10, 1).


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