- Comentario de la Semana [03 de agosto– 07 de agosto]
La barca que llevaba a los discípulos, en la oscura madrugada sobre el mar de Galilea, es como una pintura de la humanidad de hoy: sacudida por la violencia de la pandemia y tentada por el miedo, la incertidumbre, la indiferencia y la mediocridad.
“¡Animo, yo soy, no tengan miedo!” Solo Jesús puede devolver la esperanza y serenar el corazón humano. Decía San Agustín: “Cuando Pedro, lleno de audacia, anda sobre el mar, sus pasos tiemblan, pero su afecto se refuerza…; sus pies se hunden, pero él se coge a la mano de Cristo. Desde la barca, donde estaba seguro, ha visto a su Maestro y, guiado por su amor, se pone en el mar. Ya no ve el mar, ve tan sólo a Jesús[1].
«Señor, sálvame», grita el Apóstol y recibe la mano de Jesús que lo rescata. Aprendamos a caminar hacia Jesús en medio de las crisis sin apoyarnos en el prestigio, el poder o las seguridades del pasado. No busquemos falsas seguridades para sobrevivir, busquemos a Jesús. Jesucristo no evitará las tormentas de la vida, no nos librará de los problemas y dificultades. Él es nuestra seguridad en medio de la tormenta. Jesús viene justo cuando arrecia la tormenta.
Meditando este evangelio dice Papa Francisco: «En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe». Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios”.[2]
P. Guillermo Inca Pereda
Secretario adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana
[1] Sermón (atribuido), Apéndice n. 192 : PL 39, 2100
[2] Papa Francisco, Ángelus, domingo 10 de agosto 2014