El Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo, presidió la la Solemnidad de Santa Rosa de Lima. La Celebración Eucarística contó con la presencia del Presidente de la República, Pedro Castillo Terrones, además de las principales autoridades políticas del país, autoridades de la Policía Nacional, Fuerzas Armadas y Enfermeras.
Homilía de Monseñor Carlos Castillo.
Festejar el día de la Policía Nacional y de las Enfermeras del Perú en el día de su Patrona, Santa Rosa de Lima, y en el Bicentenario de nuestra Independencia, es celebrar recogiendo la inspiración del legado espiritual, largo e histórico, que ella nos ha dejado y con el que se formó y se forma también hoy nuestra nación.
Rosa realizó su vocación evangelizadora en favor de la unidad de todos los que nacimos y vivimos en este rincón del mundo llamado Perú. Quería que el Perú fuera «una partecita del cielo», como bien ha explicado el Dr. Luis Millones. Para ello comenzó con su compromiso generoso y gratuito dentro de las mismas entrañas de los avatares, trajines, dolores y esperanzas de nuestro pueblo varios siglos antes de la declaración de la Independencia de 1821 y de la victoria de Ayacucho de 1824.
El Papa Francisco se refirió a ella en su homilía de despedida en el campo de Las Palmas. Decía el Papa: «Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el Evangelio…frente a un acontecimiento doloroso e injusto (la muerte de Juan)…Y Jesús entonces entra en la ciudad, entra en Galilea y comienza desde ese pequeño pueblo a sembrar lo que sería el inicio de la mayor esperanza: El Reino de Dios está cerca, Dios está entre nosotros. Y el Evangelio mismo nos muestra la alegría y el efecto en cadena que esto produce: comenzó con Simón y Andrés, después con Santiago y Juan (cf. Mc 1,14-20), y en esos días, pasando por santa Rosa de Lima, santo Toribio de Mogrovejo, san Martín de Porres, san Juan Macías, san Francisco Solano, ha llegado hasta nosotros anunciado por esa nube de testigos que han creído en Él. Ha llegado hasta Lima, hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado antídoto contra la globalización de la indiferencia. Porque ante este Amor, no se puede permanecer indiferentes».
Rosa, nombrada como la primera de esta nube de testigos, tiene en los policias y las enfermeras, en ustedes, anunciadores vivos del Reino de Dios cuando han arriesgado y arriesgan sus vidas sin medida y la entregan al servicio de la reparación de nuestro pueblo. Para ello, inspirados en la Rosa solidaria que fue regalada a nosotros por Dios en Lima, se sienten semillas pequeñas que se siembran para crecer y hacerse altos árboles y acoger en sus brazos a todos los que necesitan amparo. De eso somos testigos quienes a través de Cáritas hemos trabajado con ustedes en estos meses. Hemos visto su testimonio.
Es Rosa creyente, nuestra patrona, vuestra patrona, la que depositó en ustedes la levadura del Reino del amor de Dios, para que, a su vez, poco a poco, a lo largo de sus vidas y también a lo largo de estos siglos, los lazos de fraternidad y justicia fermenten y crezcan en nuestra nación, y la promesa peruana se fuera realizando.
Lo que tenemos ganado durante siglos de esperanza y de entrega generosa no puede destruirse, y ustedes han venido hoy para renovar el compromiso de hacer más ancha nuestra libertad y nuestra amistad social, como lo hizo toda su vida la hija del Arcabucero Mayor de Lima, por ello es Patrona de la Policía, y la enfermera de las hermanas angolesas parturientas que llevaba a su casa y alojaba para que dieran a luz dignamente, por eso es Patrona de las enfermeras.
Rosa no fue una anécdota mas en nuestra historia, es un fundamento incontestable de nuestro ser nacional. Ella aporta al Perú, su fe viva en el Dios del Reino, desencadenando inmensidades de testigos, como ocurre en la infinidad de iglesias, capillas y grutas a lo largo y ancho del Perú y del mundo.
Su pasión por la cruz la hizo sentir y vivir en su ser el amor gratuito primero de Dios en Jesús, ese Dios que llamó a Jesús a que no se bajara para vengarse ni matar a sus enemigos, ni acabar con el ser humano pecador, sino para revelar a Dios como Padre, sin ira. Enamorada de ese Dios que se esconde, sale a buscarlo, con la gracia que encanta y enamora por su paciencia. Pero descubre que a quien busca por valles y quebradas anida como un niño en su corazón y la hace crecer y madurar a través de las obras de servicio y caridad. Ese crecimiento llega hasta la gracia amorosa, plena, y se siente desde el corazón que su vida es un «volar para Dios», un desplazarse en los corazones de todos los peruanos.
Rosa, al igual que ustedes hermanos policías y enfermeras, fue haciendo opciones en la vida. Rechazando participar en el negocio al que fue obligado su padre en la mina de Quives por razones de carecer de ingresos, decía a su madre que la invitaba a trabajar de secretaria:
“Madre, dijo, estos son bienes mentirosos, tienen muchos achaques, y es la moneda que el mundo ofrece para perdernos; los del espíritu son los verdaderos, y en la voluntad nuestra tienen asegurada la duración, pues los tenemos siempre que queremos tenerlos” (Gonzales de Acuña, 1671: pp. 43-44)[1].
Desde allí decidió ayudar a su padre como costurera y no como secretaria, haciendo la opción evangélica «o Dios o el dinero», esa opción es la que hace cualquiera de ustedes que sirve sin ambiciones ni corrupción al Perú. Servicio sencillo y abnegado.
En el Perú siempre sentimos que ser santo, ser héroe, y ser mártir que sacrifica su vida es casi igual. No existe en nuestro país la idea de héroe dominador e impositivo de fuerza arbitraria. Existe el héroe y heroína como hombre y mujer de honor y nobleza humana.
En algo ayudó Santa Rosa a forjar esta gran intuición peruana y nacional. Muchas veces son héroes derrotados pero dignos. Permítanme los hermanos policías recordar hoy día a los 17 policías que murieron en Satipo el 9 de agosto de 1965, hace 56 años, muertos por la guerrilla de Guillermo Lobatón, donde también murió un civil, mi hermano Ismael. Hoy recuerdo la misa que celebramos en Lince ese 30 de agosto de aquel año, donde con toda la Benemérita Guardia Civil del Perú pudimos rezar y orar por nuestro país, y pude predicar a los 15 años siendo escolar por primera vez por las reformas que hubo en el Vaticano II. Nuestra sangre esta bien mezclada con la de ustedes. Y murieron y fueron asesinados por dar paz y salvar una vida. La violencia destruye la historia no la hace nacer. Es la generosidad de la entrega amorosa la que cimentada, cimienta nuestra historia patria, y no la ambición desmedida disfrazada de ideología que induce a la violencia.
Rosa es patrona de unidad de todas las sangres. Desde su nacimiento hasta su muerte amó a todos sin medida. De aspecto criollo dio muestras de un corazón mestizado al abrir su vida al encuentro constante y sostenido, con los más desfavorecidos del mundo andino venido a Lima, con la dura vida de los mineros y campesinos de Quives por cerca de siete años, con el mundo esclavo de las mujeres afrodescendientes angoleñas en el barrio de Malambo del Rímac, sin dejar de lado su relación amistosa e interpeladora con los vecinos pudientes, ibéricos, criollos y mestizos de la ciudad.
Por eso no le repugnaba el pobre y el menesteroso. Amiga íntima de la india Mariana con quien creció desde niña y tenían la misma edad, intimó con ella llena de curiosidad por la vida de los indios. Tanto que Mariana junto a su Mamá y a Luisa Melgarejo escribieron la primera biografía de ella, porque la autobiografía que Rosa escribió de sí misma se ha perdido y tenemos que encontrarla.
Mariana declara sobre la caridad de Rosa en los testimonios para su canonización: “A la pregunta diez y nueve = dijo que sabe, que era la bendita virgen de grande caridad y amor al prójimo, curaba a todos los que podía y para este efecto, los traía a su casa doliéndose de sus enfermedades, sin reparar que fuesen negros o indios, ni de enfermedades asquerosas”[2].
Rosa no se apartó del mundo como se suele decir, sino que se apartó de la frivolidad del mundo limeño abundante de riqueza. Rosa no se dejó seducir, como dice el texto del Eclesiástico (3, 14-24) por las «locas fantasías» que «extravían» al ser humano; sensible al sufrimiento de los humillados, ponderó aquel sufrimiento que generaba tan grande riqueza y evangelizó como testiga, por una parte mística mediante su identificación plena con Cristo Sufriente en el amor de la cruz, y por otra parte, comprometida y enraizada en la opción preferencial por los marginados y afectados. Así, identificándose con Jesús en ellos, en toda la sociedad limeña, promovió la conversión fundamental a Dios a través del servicio a los pobres, con el diálogo y el esfuerzo pacificador.
Siendo discreta y trabajadora fue poco a poco amadísima por la ciudad entera, cosa notoria en la multitud que la siguió en el entierro que duro tres días.
Por esta unidad amorosa, intensa y gratuita entre lo místico contemplativo y su acción infatigable de servicio social, Rosa también fue poco comprendida, incluso hasta hoy la comprendemos poco; de allí sus mismas palabras testimonian lo que sufrió respecto los interrogatorios que le hacían ordenados por la autoridad. Escuchemos sus mismas palabras:
«Confieso con toda verdad en presencia de Dios que todas las mercedes que he escrito… son obradas en esta pecadora por la poderosa mano del Señor, en cuyo libro leo sabiduría eterna, quien confunde a los soberbios y ensalza a los humildes cumpliéndose lo que escondió a los prudentes y sabios, revela a los párvulos»
«Estas mercedes las recibí de la piedad divina antes de la gran tribulación que padecí en la Confesión general por mandado de aquel confesor que me dio tanto que merecer, después de haber hecho la Confesión general y de haber padecido cerca de dos años de grandes penas, tribulaciones, desconsuelos, desamparo, tentaciones, batallas con los demonios, calumnias de confesores y de las criaturas, enfermedades, dolores, calenturas, y para decirlo todas las mayores penas de infierno que se pueda imaginar, en estos últimos años, sin embargo, obra de unos cinco años, he recibo las mercedes que en ese medio pliego de papel he puesto, por inspiración del Señor y experiencia en mi propio corazón aunque indigno»
En uno de esos interrogatorios, en 1616, un año antes de su muerte, Rosa debió declarar lo más profundo que vivía y lo hizo con estas palabras que dulcemente entran en nosotros porque así, dulcemente entra lo grande profundo de Dios, capaz de transformar el mundo:
Dice Rosa: “Cuando me siento como fuera de mí en aquel torbellino deshecho de obscuridades y sombras, llorando, me hallo de repente restituida en brazos de mi amado Esposo, como si de ellos nunca hubiera faltado, entre las claras luces de la unión primera. Siento unos impulsos ardientes de amor, como río o arroyo, que corre sin las prisiones del cauce que detiene su curso, con rápida y violenta corriente, buscando su descanso en la mar. Sopla luego apacible y fresca el aura de la gracia y comienza la tormenta gloriosa, a donde se anega el alma en aquel inmenso piélago de bondad y dulzura, y con transformaciones inefables se transforma en el Amado, deshaciéndose de sí y haciéndose una misma con El”[3].
Este modo de decir, de hablar y de proceder de Rosa, nos invita a todos los peruanos a dejarnos llenar del amor gratuito del Dios en que creemos para derribar muros, generar sinceridad, renunciar a las ambiciones y superar las ideologías extremas del totalitarismo marxista y del capitalismo salvaje que tanto daño han hecho al Perú y están haciendo en la humanidad. Apreciemos, como Rosa, la capacidad de las personas y de los pueblos y comunidades para encontrar las mejores de alternativas, y valoremos la patria ya conseguida sobre el fundamento de nuestros mártires más generosos. Con ello procuremos juntos anchar aún más nuestra democracia, fortaleciéndola y consolidándola, neutralizando todo caos, desbaratando toda maniobra falaz y avezada, y llegando a avanzar a realizar la promesa peruana de un pueblo unido que aprecia su apasionante y bella diversidad e historia.
Así sintoniza en estos días con belleza nobilísima la Conferencia Episcopal Peruana que nos dice: «Orientemos la democracia hacia la libertad, evitando todo autoritarismo. Hacia la igualdad combatiendo toda forma de discriminación y pobreza. Y hacia la fraternidad, promoviendo la amistad social y el cuidado de nuestra gran diversidad cultural y rica biodiversidad».
Esto seguramente lo sucribiría Rosa de Lima con su alto sentido de integracion y unidad, y hoy todos tenemos la oportunidad de vivir como Rosa en el Perú de hoy. Aprovechemos esta oportunidad, y como dice el Papa Fancisco, seamos con Rosa hermanos y hermanas todos. Fratelli tutti.
Que Dios los bendiga y gracias por haber venido a esta casa de ustedes, a la casa sencilla que el Señor en medio de toda la tradición histórica, inclusive barroca y neoclásica, abre sus puertas y sus brazos para ustedes y para nuestro pueblo.
[1] Citado por L. MILLONES, Una partecita del cielo…, p. 59.
[2] H. JIMÉNEZ, Primer proceso ordinario para la canonización de Santa Rosa de Lima, Monasterio de Santa Rosa de Lima, Lima 2002, p. 407.
[3] J. MELÉNDEZ, Tesoros verdaderos de las Indias en la historia de la gran provincia de san Juan Bautista del Perú, Roma 1681-1682, p. 140.🔊 ESCUCHA ESTO