- Comentario de la Semana [29 de junio – 03 de juio]
El Evangelio nos recuerda que Dios se revela a la gente sencilla: a los niños, a los pequeños, a los humildes; solo ellos pueden ver la presencia de Dios, donde los sabios -guiados por su sola inteligencia- no lo pueden descubrir.
La sencillez es la celebración de lo pequeño, es la capacidad de vivir las cosas ordinarias con un perfume de extraordinario, es emprender “un viaje por la vida solo con el equipaje necesario”[1] No es pasividad ni ignorancia, es la belleza de la naturalidad.
El hombre sencillo valora a los poderosos como valora a los humildes. “La sencillez nos hace respetuosos de los demás”, decía Papa Francisco. Es capaz de aplaudir los triunfos de los otros y de compartir de corazón sus tristezas. Sabe “encarar los problemas con coraje, las decepciones con alegría y los logros con humildad”.[2]
San Agustín, decía: “el orgullo transformó los ángeles en demonios; la humildad convierte los hombres en ángeles”. Por eso, mejor que una vida de opulencia es una vida con paz y mansedumbre, compartida con aquellos que “saben hacer de pequeños instantes, grandes momentos”.
Jesús, que es manso y humilde de corazón, invita a los sencillos a reposar en la serenidad de su amor y nos invita a nosotros a encontrar en El: calma para nuestra ansiedad, compañía para nuestra soledad, esperanza para nuestra desilusión; como canta el salmista: “Prueben y vean que bueno es el Señor, dichosos los que en El se refugian” (Sl 34,8).
R. P. Guillermo Inca Pereda,
Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana