- Comentario de la Semana (13 de setiembre – 17 de setiembre)
Camino a la Ciudad Santa avanzan Jesús y sus discípulos. Él les explica lo que le sucederá en Jerusalén: sufrirá, tendrá que morir, pero resucitará. Ellos lo escuchan, pero otra era su preocupación: ¿quién de todos tiene más poder? Es cierto que el poder es requerible, pues no se da grupo un humano donde no haya alguna forma de poder, como reza el proverbio Manchú: “cuando tres personas marchan juntas, tiene que haber una que mande”.
El poder es necesario para organizar la sociedad. Pero, hay un poder que se logra por el temor y otro que se logra por la grandeza de la persona que inspira reverencia. El poder no es malo en sí mismo, depende lo que se haga con él. Por eso, sugiere el refrán: “Nunca abuses del poder humillando a tus semejantes, porque el poder termina y el recuerdo perdura”.
No es lo mismo poder y autoridad, así lo precisaba Max Weber: “Por poder se entiende la capacidad para imponer comportamientos a otros, a veces venciendo grandes resistencias. Se diferencia de la autoridad entendida como la posibilidad de conseguir obediencia por cierta capacidad intrínseca de la persona o del contenido de lo que propone”[1].
Enseña el Papa Francisco: «el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo»[2]. Por lo tanto, el poder que Dios nos concede debe ser siempre un servicio al hombre construyendo un camino de fraternidad.
P. Guillermo Inca Pereda
Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana
[1] Rafael Aguirre, La mira de Jesús sobre el poder. Teol.vida vol. 55 Nº 1 Santiago, marzo del 2014
[2] Papa Francisco, Laudato si. El cuidado de la casa común, n. 83