Jesús anuncia que el Reino de Dios está cerca. El Reino “ya” ha llegado y está entre nosotros, pero al mismo tiempo “todavía no” porque debe consumarse plenamente al final de los tiempos.
Este Reino exige conversión y fe. No basta un simple sentimiento de culpa, sino un cambio de dirección, un cambio de mentalidad. El Reino implica también una fe dinámica que impulsa al anuncio: “El creyente ha recibido la fe de otro, y debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes”.[1]
La ciudad que construimos, si se asienta sobre el bien, la verdad, la justicia y el amor, ayuda a alcanzar el Reino. Las señales del camino están en el compromiso con el humilde y el vulnerable, en el cuidado de nuestra casa común y en la protección de toda vida, en una mirada solidaria a todos los hombres del mundo.
Como enseña el Papa Francisco: “Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos…de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído”.[2] ¡Convirtámonos en predicadores de Jesús![3].
P. Guillermo Inca Pereda
Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana
[1] Cf. CIC 166
[2] Fratelli Tutti 77
[3] Papa Francisco, Audiencia general, 30 de agosto de 2017