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En el Primer Domingo de Cuaresma, Monseñor Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y Arzobispo Metropolitano de Trujillo, nos recuerda que estamos ante un «tiempo oportuno para recomponer nuestra relación con Dios, la naturaleza, el ser humano y nosotros mismos».

Un momento en el que asegura es necesario prestar atención al llamado de Cristo: “Convertíos y creed en el evangelio”.

De este modo, Mons. Cabrejos nos invita a reconocer en la Cuaresma «un tiempo de salvación, un espacio vivo, intenso, participativo, caluroso y creativo. Un tiempo profundo, personal e interior, una situación de existencia».

El desierto

Para entenderlo el Arzobispo de Trujillo nos lleva a detenernos en la escena de las tentaciones de Jesús en el desierto que el evangelista Marcos simplifica en cuatro frases: el Espíritu que empuja a Jesús al desierto, la tentación en los 40 días, la vida con los animales salvajes y el servicio de los ángeles.

A lo que se agrega la presencia del desierto que el prelado define como un elemento que hace emerger el vacío interior, el sentido de la rebelión y de la irresponsabilidad, el miedo a creer, el egoísmo al donarse, el deseo de la satisfacción inmediata, el rechazo a la ley divina y por tanto el símbolo del pecado y la infidelidad. Algo que también se puede comparar con la experiencia del pueblo de Israel, porque en el desierto «se encontró solo consigo mismo, con Dios y el fardo pesado de su libertad».

Al respecto, Mons. Cabrejos explica que en esta breve narración evangélica hay otro aspecto de interés que llama la atención y es la convivencia de Jesús con las fieras del desierto que solo aparece mencionada en el Evangelio de Marcos.

Frágiles pero dispuestos

«Las fieras, probablemente lobos, chacales, serpientes venenosas. Detrás de estos animales hay un símbolo» asegura el obispo peruano y el dato decisivo es que «Jesús vivía en medio de ellos en plena armonía».

Podemos entonces deducir que la hostilidad entre animales selváticos y domésticos, entre fieras, serpientes y el hombre, se anula y se recompone el horizonte del paraíso. “Jesús inaugura entonces el mundo querido por Dios y descrito en aquella página del génesis”, advierte.

Allí aparece Adán, el hombre del proyecto creativo divino que vivía en compañía de los animales y les ponía el nombre, sobre ellos dominaba no como un tirano prepotente y presuntuoso, sino como guía encargado del Señor. De este forma Mons. Cabrejos habla de “Jesús como el nuevo y perfecto Adán que venciendo las tentaciones satánicas que destruyen la armonía de la creación, nos repropone el mundo del paraíso en el cual Dios, el hombre, los animales y el cosmos se entrelazan en una estupenda alfombra de vida, paz, colores y música”.

Heridas por sanar

Solo así afirma el prelado “el desierto desaparecerá, los miedos se disolverán, esos que a veces están más dentro de nosotros, que afuera”. En este sentido “la Cuaresma llega a ser el tiempo para retejer tres desgarros que nuestras manos han producido”.

El primero es aquel que se presenta al interior de la relación con Dios. “El Señor se acerca siempre para ofrecernos la mano en un gesto de alianza y reconciliación”. Por eso, afirma que a través de la confesión de las culpas alzamos hacia Dios nuestra mano para que Él nos levante del mar oscuro del pecado, la desesperación y la muerte.

El segundo desgarro es el que se produce entre el hombre prepotente y la naturaleza. El egoísmo hace que no haya más hermandad sino tensión y hostilidad. Dejamos de estar en armonía con la tierra.

Y el tercero son esas heridas y conflictos entre los seres humanos y su conciencia. A partir de ello, Mons. Cabrejos invita a que en este tiempo nos “reencontremos, como ha hecho Cristo con el diálogo y la alianza; reencontremos el respeto por la creación y la capacidad de dar origen a un nuevo desarrollo equilibrado en nuestra relación con la naturaleza”.

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Mortificación contemporánea

Para Mons. Cabrejos la mortificación de nuestro tiempo consiste en esa necesidad de liberarnos de vivir bajo los efectos de la prisa, la bulla, droga, alcohol, placer y las diversas fuentes de excitación que nos rodean.

Para el creyente afirma Mons. Cabrejos, el desierto cuaresmal será el descanso creativo, la quietud y el silencio donde el hombre reencuentra la facultad de concentrarse por la oración y la contemplación, aún en medio de la bulla del mundo, la cuidad o la multitud.

Pero más allá de cualquier cosa, asegura que el desierto interior, consiste en esa facultad de comprender la presencia de los otros, como personas. “El desierto será nuestra renuncia gozosa a lo superfluo y el deseo de compartir con el pobre, esa serenidad sosegada y espontánea con nuestra propia conciencia”, concluye.

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