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Del 6 al 13 de septiembre de este año, la Iglesia en el Perú celebrará la Semana Nacional de la Familia y la XXXI Jornada por la Vida, en medio de la crisis sanitaria que vive el país a causa de la pandemia del COVID-19. Ambas jornadas son promovidas por la Comisión Episcopal de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Peruana que para este año escogió como lema «Familia, Iglesia doméstica».

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Esta semana de reflexión acoge la invitación del San Juan Pablo II sobre la Iglesia doméstica: «Es ante todo la Iglesia Madre la que engendra, educa, edifica la familia cristiana, poniendo en práctica para con la misma la misión de salvación que ha recibido de su Señor».

Durante estos siete días, la Iglesia peruana nos invita a reflexionar juntos, padres e hijos, al menos por 10 minutos, sobre esta «iglesia en miniatura» que sigue viva y prospera durante este tiempo depandemia.

A continuación, el mensaje completo «Familia, Iglesia doméstica»:

XXXI Jornada por la Vida “FAMILIA, IGLESIA DOMÉSTICA”

Queridos hermanos, este año hemos querido recordar la vocación de la familia como Iglesia Doméstica, especialmente en estos momentos difíciles que nos ha tocado vivir frente a una enfermedad que está tocando a todos, ya sea en la pérdida de uno de sus miembros, de amigos, conocidos, como también ha creado realidades económicas y sociales dolorosas. Y muy especialmente nos ha alejado de la recepción de los sacramentos, alimentos vitales para la vida cristiana.

Por esto creemos que el recordar como desde el inicio del cristianismo, en la época de los apóstoles ya se reconocía a la familia como espacio vital para la existencia de la Iglesia. “Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas” (Hch 5, 42). Para el apóstol Pablo el hogar es el lugar donde se reúne la comunidad eclesial, en la que reside la plenitud de la Iglesia. “Desde sus orígenes el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, ‘con toda su casa’ habían llegado a ser creyentes (Hch 18,18).

Cuando se convertían, deseaban también que se salvase ‘toda su casa’ (Hch 16,31). Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente” (CIC 1655).

En la Iglesia pues se reconoce a la familia cristiana católica como “Iglesia doméstica”. Esta idea es desarrollada por San Juan Pablo II en el número 49 de su encíclica Familiaris Consortio, denominándola «Iglesia en miniatura». Es así que nos explica que “Es ante todo la Iglesia Madre la que engendra, educa, edifica la familia cristiana, poniendo en práctica para con la misma la misión de salvación que ha recibido de su Señor. Con el anuncio de la Palabra de Dios, la Iglesia revela a la familia cristiana su verdadera identidad, lo que es y debe ser según el plan del Señor; con la celebración de los sacramentos, la Iglesia enriquece y corrobora a la familia cristiana con la gracia de Cristo, en orden a su santificación para la gloria del Padre; con la renovada proclamación del mandamiento nuevo de la caridad, la Iglesia anima y guía a la familia cristiana al servicio del amor, para que imite y reviva el mismo amor de donación y sacrificio que el Señor Jesús nutre hacia toda la humanidad».

En este servicio de amor está comprendido el acompañamiento al que sufre, al enfermo, al muriente, pero estas circunstancias particulares han separado a las familias muchas veces, estando los abuelos lejos de los nietos, sin contacto físico, lo cual crea un profundo dolor. Y más critica aún es la condición de los enfermos de COVID-19 que se encuentran en situación de total aislamiento, sólo tal vez comunicados a través de un celular. Lamentablemente no se les permite el acceso a la unción de los enfermos, al sacramento de la reconciliación, situación que es necesario que sea corregida por el bien de las almas. En el discurso a la Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe en enero de 2018 el Santo Padre declaraba:

«El dolor, el sufrimiento, el sentido de la vida y de la muerte son realidades que la mentalidad contemporánea lucha por afrontar con una mirada llena de esperanza. Sin embargo, sin una esperanza confiable que le ayude a enfrentar el dolor y la muerte, el hombre no puede vivir bien y mantener una perspectiva segura de su futuro. Este es uno de los servicios que la Iglesia está llamada a prestar al hombre contemporáneo porque el amor, que se acerca de manera concreta y que encuentra en Jesús resucitado la plenitud del sentido de la vida, abre nuevas perspectivas y nuevos horizontes incluso a quienes piensan que ya no pueden hacerlo».

Nuestra misión como Iglesia e Iglesia Doméstica, nos debe llevar a responder a esta invitación: a llevar un mensaje de esperanza para todos los que sufren, los enfermos, los angustiados. Jesús, en compañía de María y José, se dedicó a llevar la palabra de su Padre a todos los hombres; así, como familia cristiana o la Iglesia doméstica sigamos los pasos de la Sagrada Familia de Nazaret y vayamos al encuentro de nuestros hermanos.

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