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  • Comentario de la Semana [01 de marzo – 05 de marzo]

El hombre es un ser en busca de trascendencia. Conoce su realidad marcada por la fragilidad y la finitud, y, es esa misma conciencia que le impulsa a buscar sentido y respuestas a la vida, la libertad, la muerte y la felicidad. El hombre es un ser religioso con sed de Dios.
 
En la historia de las religiones siempre hubo lugares dedicados a lo divino: fueron los bosques, los cerros y fueron también los templos. El hombre necesita un punto de contacto, casi como que un punto donde “localizar” a la divinidad y donde poderse comunicar con él.
 
Para el mundo greco-romano “los templos eran considerados el centro del universo o iconos del mundo, ejes de la vida y experiencia social y religiosa de los habitantes de las ciudades”[1]. Para el mundo judío, era “un centro visible para el culto del único Dios verdadero, que acercaba Dios a su pueblo y hacía que su presencia entre ellos fuese algo real. Era una protección contra la idolatría”[2].
 
Jesús nos enseñó que el verdadero templo de Dios, es Él. Su Resurrección marcó un tiempo nuevo donde la adoración a Dios será “en espíritu y verdad”. El lugar pasa a ser secundario y el encuentro en el templo del corazón ocupa la prioridad. No se descarta un lugar de encuentro porque el hombre es un ser social, pero siempre y cuando estos lugares sagrados nos “vinculen con Cristo y sean expresión de la sacramentalidad de la Iglesia”[3]. 
 
Nos enseña el Papa Francisco: «Dios, por la encarnación de su Hijo, construye su casa para habitar en medio de nosotros. Así, Cristo es el Templo vivo del Padre, Él mismo edifica su casa espiritual, no hecha de piedras materiales, sino de piedras vivas»[4]. Esas piedras vivas como recuerda el Apóstol somos cada uno de nosotros los que creemos en Jesucristo.

P. Guillermo Inca
Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana

[1] Samuel Gil Soldevilla, Teología del templo en el Nuevo Testamento: deslocalización y desplazamiento hacia el Templo del Espíritu. Revista Apunt. Univ. V. VI. Numero 1
[2] Idem
[3] Rodrigo Polanco, La Iglesia como espacio sagrado de encuentro. Teología y Vida V.44 Santiago, 2003
[4] Papa Francisco, Ángelus del 27 de junio del 2013



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