- Comentario de la Semana [14 de junio – 18 de junio]
Una tempestad, es producida “por desequilibrios térmicos en la atmósfera, que progresivamente se manifiesta con viento, grandes nubes y culmina en violentas precipitaciones acompañadas de rayos, truenos y relámpagos”[1]. Comenta Hoezee[2], “Si un barco se enfrenta con una ola más alta que el largo del barco, el barco será impelido de extremo a extremo hasta su perdición. O, si una ola, más alta que la anchura del barco le pega de lado, lo hundirá”
Los discípulos de Jesús eran pescadores experimentados, habían recorrido el lago muchas veces. Ellos conocían los embates del mar y podían reconocer las tempestades que representaban peligro de muerte. Por eso, se asustaron y entraron en pánico. Por eso gritaron a Jesús pidiéndole que los salvará. Jesús los escuchó; se levantó, increpó al viento y al mar y vino una gran calma.
Decía San Agustín, meditando sobre las tempestades de la vida: “Has oído una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Si sopla el viento y se encrespa el oleaje, se halla en peligro la nave, fluctúa tu corazón. Oída la afrenta, deseas vengarte. Pero advierte que te vengaste y, claudicando ante el mal ajeno, naufragaste. Pero ¿Cuál es la causa de ello? Que Cristo duerme en ti. ¿Qué significa: que duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta a Cristo, pues; acuérdate de Cristo, que esté Cristo despierto en ti: piensa en él”[3].
P. Guillermo Inca
Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal Peruana
[1] Diccionario Oxford Languages
[2] Hoezee, 206
[3] San Agustín, Sermón 63