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El 18 de septiembre, la Iglesia conmemora a San Juan Macías (1585-1645), fraile dominico de origen español que dedicó su vida a la misión en América. Reconocido por su profunda humildad y sencillez, es venerado como patrono de los campesinos y de quienes sirven como porteros.

A menudo recordaba a sus hermanos que “el portero de un convento es el reflejo de toda la comunidad”, expresión con la que destacaba la importancia de su oficio. Con este convencimiento, procuraba acoger a todos con amabilidad y espíritu de servicio.

Rumbo a América, por una vida mejor

San Juan Macías nació en 1585 en Ribera del Fresno, una villa de Extremadura perteneciente a la diócesis de Badajoz, en España. Quedó huérfano desde pequeño y fue criado por un tío suyo, quien lo puso a trabajar como pastor.

En su juventud decidió embarcarse hacia el Nuevo Mundo en busca de mejores oportunidades. Su travesía lo llevó por Cartagena, Pasto y Quito, hasta que finalmente llegó a Lima, en el Virreinato del Perú, ciudad en la que permanecería hasta su muerte y donde entabló amistad con otro santo limeño: San Martín de Porres.

En la llamada Ciudad de los Reyes, como se conocía entonces a Lima, encontró empleo como cuidador de ganado. Gracias a la experiencia que ya tenía en el campo, pronto entró al servicio de un hacendado español.

Una jornada en el campo junto a Dios

Desde muy joven, Juan tenía la hermosa costumbre de rezar el Rosario mientras pastoreaba, práctica que conservó toda su vida y que le permitió vivir siempre en la presencia de Dios. Las largas horas de oración y silencio en el campo despertaron en él los primeros deseos de consagrarse a la vida religiosa.

Le atraía profundamente la oración y la caridad, al punto que compartía con los pobres lo poco que tenía. Esa inclinación lo llevó a acercarse a los Dominicos de Lima, conocidos por su espíritu de misericordia. Primero ingresó como hermano lego y, con el tiempo, fue recibido plenamente en el convento, vistiendo el hábito en 1622, año en que también se le confió la portería.

Desde aquel lugar sencillo, el fraile hizo de su servicio una verdadera misión. Allí, en contacto cotidiano con todo tipo de personas, transmitía lo que llevaba en el corazón: alegría, fortaleza y consuelo.

La portería del convento, la limosna y un burrito

En Lima, eran muchos los pobres, enfermos y desamparados que acudían al convento en busca de ayuda. Algunos pedían hablar directamente con fray Macías, deseosos de recibir un consejo o una palabra de aliento. En la portería se encontraban todo tipo de personas: pobres y nobles, libres y esclavos, piadosos y pecadores. Incluso el propio virrey del Perú solía visitarlo para escuchar sus consejos.

La fama de santidad que había alcanzado era evidente, y él supo ponerla al servicio de los demás. Recorriendo las calles, pedía limosnas para los necesitados. Y cuando no podía hacerlo personalmente, la tradición cuenta que enviaba en su lugar a su inseparable burrito, al que había enseñado a cumplir con esa tarea.

“El ladrón del purgatorio”

Cuando el hermano Juan cumplió 60 años, cayó gravemente enfermo. Su delicado estado hacía pensar en una pronta partida, lo que llenó de inquietud a sus compañeros, pues se preguntaban qué sería de los pobres y mendigos que él solía socorrer. Con serenidad, los animó diciendo: “Con que tengan a Dios, sobra todo lo demás”.

Con el tiempo, sus devotos comenzaron a llamarlo con cariño “el ladrón del purgatorio”, título que revela una de sus más bellas virtudes: la oración de intercesión. San Juan Macías rezaba constantemente por las almas de los difuntos, en especial por aquellas que necesitaban purificación antes de entrar en la presencia eterna de Dios.

San Juan Macías partió a la Casa del Padre en septiembre de 1645 y fue canonizado siglos después por el Papa San Pablo VI en 1975.

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