El 30 de agosto se celebra el día de Santa Rosa de Lima. Ante la proximidad de esta festividad religiosa, he desempolvado una crónica sobre el santuario de la ‘Patrona del Perú’, como quien descubre un vino añejo guardado en el rincón más oscuro de una bodega. Aunque los años pasan, el relato sigue conservando los detalles de un venerado templo que sigue cautivando a nuevas generaciones de fieles y recibe a peregrinos de todo el mundo.
Por Gunther Félix
No pasará de los seis años, tiene el cabello trenzado y su temprana devoción por la santita peruana es tan fuerte que, para evitar el alboroto del 30 de agosto, visita con anticipación el “pozo de los deseos”. Por eso lleva una carta en su mano. Ahora tiene un dilema: ¿arrojarlo o no arrojarlo?
Misticismo y veneración en el Santuario de Santa Rosa de Lima, donde hay un templo y se encuentra la casona que cobijó las ansias misioneras de una encantadora mujer de rostro ovalado y mejillas rosadas. Un remanso cultural que mantiene vivo el pasado de Isabel Flores Oliva, a través de reliquias y objetos históricos.
Un sobre cae. No es el de la niña, ella aún no se decide. Sigue cerca al pozo de 19 metros de profundidad y del jardín de rosas, donde se evocan las virtudes y la atención que la primera Santa de América y las Filipinas le brindaba a los pobres e indígenas de la Lima virreinal.
Una santa en vida
Pero qué podía darle a los menesterosos una hija de padres humildes durante los 31 años de vida. “Servir en sus dolencias. Rosa recibía en un pequeño espacio de su casa a pobres y enfermos que no podían ser atendidos en el Hospital de Lima”, realza su abnegación el Fr. César Llana Secades.
Para cientos de fieles, la recordada Rosita ya era santa desde antes de su canonización por ser tan misericordiosa. Atendía a los mendigos con comida y a los enfermos con los medicamentos que compraba con sus ingresos como tejedora.
Otra carta cae al pozo. Los andares del pasado avanzan hacia una minúscula ermita, donde la efigie de Santa Rosa es reverenciada por varios fieles. Rosas y plegarias en la capilla en la que se venera a una de las imágenes más antiguas del santuario. Es del siglo XVIII.
“Al igual que la dominica ( Santa Rosa), en su época vivieron otros santos, como San Martín de Porres y San Juan Macías. Ellos también ayudaban al prójimo”, comenta César Llana, respecto a ese momento -acaso celestial- en el que tres santos convivían en Lima.
Cambio de rumbo. De la ermita al minimuseo, un recinto que exhibe en sus vitrinas pinturas del siglo XVII. Una de ellas muestra el rostro de la santa’, pintado pos-mortem por un artista italiano. Al frente, hay una cinta de plata con púas en su interior. Es una imitación de la corona de espinas que llevaba Jesucristo. “Ella sufría tanto como lo hacía Jesús”.
Entonces, después de recorrer los lugares históricos del santuario y de conocer la vida mística de Isabel Flores, queda claro cuál es su legado: el sentir por los que más lo necesitaban, la compasión por el prójimo.
Por esas razones, 54 años después de su muerte, sería canonizada. Ella es la primera santa del Nuevo Mundo.
Esa santidad es la que motiva a sus devotos de todas partes del planeta, a visitar el santuario para depositar sus peticiones. Lo hacen con fe y espiritualidad y, también, por qué no decirlo, con una pizca de superstición.
Ese no es el caso de la niña de cabello trenzado que, después de dar varias vueltas al pozo, arroja su carta. Es el punto final de su recorrido de fe.
Dónde: Jirón Chancay 223, Cercado de Lima. A un costado de la avenida Tacna.