La Iglesia de América Latina ha apostado por avanzar en la inculturación del evangelio, algo fundamental en un continente marcado por la diversidad de culturas y el alto número de migrantes. Una reflexión que nace de las palabras del Arzobispo de Trujillo y presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Mons. Miguel Cabrejos.
Para alguien que fue presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), en el momento en que se llevó a cabo el Proceso de Renovación y Reestructuración, del que ahora se cogen los frutos, es importante entender que “en una Iglesia sinodal, cada Iglesia local se sabe vinculada con las otras Iglesias locales”, y discernir juntos entre el mayor número de personas, pues “los dones y carismas son dados por el Espíritu Santo para toda la Iglesia”.
Una reflexión que nos ayuda a entender mejor el largo camino sinodal recorrido por la Iglesia en los últimos años y que nos prepara para la inminente segunda sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad.
Pregunta. El Instrumentum laboris para la Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad dice que la Iglesia no puede entenderse sin estar arraigada en un lugar y en una cultura. Para alguien que ha sido presidente del CELAM y conoce a la Iglesia latinoamericana, ¿qué es lo que este territorio y la pluralidad cultural de este continente aporta a una Iglesia que quiere ser sinodal?
Respuesta. En el proceso sinodal de escucha y discernimiento común antes y durante la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, se fortaleció la conciencia de que es imprescindible partir “de las tradiciones y culturas del continente para traducir el único Evangelio de Cristo al estilo latinoamericano y caribeño, en una sinfonía donde cada voz, cada registro, cada tonalidad enriquece la experiencia de ser discípulo-misionero” (Cfr Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias, p.3). Eso implica una valoración de cada territorio concreto con las cosmovisiones y valores culturales presentes en él. Sólo así nuestra fe cristiana puede encarnarse en los diversos contextos socioculturales.
Como fruto de su discernimiento acerca de las prioridades pastorales y líneas de acción para los siguientes diez años, la Asamblea Eclesial eligió particularmente a los pueblos originarios y afrodescendientes “para ser acompañados en la defensa de la vida, la tierra y las culturas” (ibid., p. 164), ya que ellos están entre las poblaciones más vulnerables y vulnerados en su dignidad y sus derechos.
La Iglesia está llamada a avanzar en la inculturación del evangelio en los diversos lugares y culturas; hoy en día, eso sólo es posible en el diálogo intercultural a través del cual se reconoce y valora a los pueblos originarios y afrodescendientes, así como a otros grupos poblacionales en los espacios rurales y urbanos como interlocutores y protagonistas de la inculturación del Evangelio. La Iglesia se siente llamada a estar sobre todo al lado de los grupos de población que sufren todavía por la minusvaloración de sus lenguas y culturas. A través de su pastoral, la Iglesia busca contribuir a la generación de condiciones de igualdad, a percibir la pluralidad cultural como una riqueza y a crear entre todos una convivencia respetuosa, justa, intercultural y pacífica.
Eso implica también una línea de acción que se cuestione “las formas de colonización cultural disfrazadas de evangelización “y se fomente “el respeto y el intercambio entre las culturas” (ibid.., p.165). Se trata de aprender en la Iglesia y en la sociedad a acogernos con nuestras diferencias sociales y culturales como hermanos y hermanas y a caminar juntos. Con ello, la Iglesia aporta al fortalecimiento de nuestras democracias bastante frágiles en América Latina y el Caribe, que tienen como una de sus dimensiones fundamentales la interculturalidad puesta en práctica en los diferentes ámbitos de la sociedad.
P. La migración es un fenómeno muy marcante de Latinoamérica, ¿cómo afecta ese fenómeno a la vivencia de la fe en la Iglesia de origen y de destino?
R. En los lugares donde hay una emigración grande, sobre todo de la gente joven, las comunidades a menudo sufren por la pérdida de dinamismo y renovación. Experimentan que el número de sus miembros decrece más y más y que les faltan personas para realizar las diferentes pastorales. Los y las migrantes, cuando vuelven de visita o de modo definitivo a sus lugares de origen, comparten en las comunidades las vivencias de la fe en otros lugares y enriquecen de esta manera a las comunidades cristianas en su lugar de origen.
Por el otro lado, quienes migran a otros sitios, pueden también enriquecer con sus experiencias y modos de practicar la fe, la vivencia de la fe en las comunidades que los acogen. Contribuyen a conformar entre todos una Iglesia poliédrica que refleja la riqueza de las diferentes culturas en su modo de orar, de celebrar la fe y de dar testimonio del Evangelio. De este modo expresan en un lugar concreto lo que significa ser una Iglesia verdaderamente católica, ya que ponen de manifiesto las “múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia” (EG 117). Con ello dejan claro que un cristianismo monocultural y monocorde “no haría justicia a la lógica de la encarnación” (EG 117).
Muchas parroquias y comunidades cristianas acogen a migrantes y reconocen en ellos a sus hermanos y hermanas, son solidarias con ellos y les ayudan a poder establecerse en el nuevo lugar de residencia en condiciones dignas. Muchas veces, las comunidades y parroquias están llamadas a seguir a Jesús al ponerse públicamente al lado de los migrantes, haciendo frente junto con ellos, a manifestaciones de racismo, xenofobia, trata de personas y a los otros prejuicios sociales y culturales.
P. La articulación de la Iglesia en diversos niveles es fundamental en una Iglesia sinodal, también en el ámbito nacional con las conferencias episcopales y continental, como es el caso del CELAM. ¿Cómo ayuda esa sinodalidad para que la vida de fe sea más efectiva?
R. Cada Iglesia local es una parte imprescindible del cuerpo de Cristo, es plenamente Iglesia y tiene la misión de anunciar el evangelio en palabras y sobre todo en hechos en su ámbito social y cultural. En una Iglesia sinodal, cada Iglesia local se sabe vinculada con las otras Iglesias locales, empezando con las que están presentes en la misma región eclesial, con las Iglesias locales en otras partes del mundo y con toda la Iglesia universal. En cada Iglesia local, la Iglesia toda como Pueblo de Dios está presente. Es importante prestar atención a la comprensión sinodal de “la Iglesia como Pueblo santo de Dios, articulada en la comunión de las Iglesias” (IL 2024, 87).
En el espacio nacional, las Conferencias Episcopales están convocadas a ser dinamizadoras de la sinodalidad en sus respectivos países. Siguiendo a Jesús, las Iglesias a nivel local, nacional, regional y mundial están llamadas a intercambiar sus dones con humildad, aprecio mutuo, respeto y generosidad. El intercambio de dones es una práctica inscrita en la comunión que las Iglesias están llamadas a fomentar permanentemente. Crea lazos entre las diferentes Iglesias locales y sus comunidades cristianas, así como entre las Iglesias locales y la Iglesia toda, y es una manera de practicar la solidaridad de unos con otros a través de relaciones de mutuo dar y recibir (tanto a nivel espiritual como a nivel personal, de servicios y bienes materiales).
Los dones y carismas son dados por el Espíritu Santo para toda la Iglesia. El intercambio de dones entre las Iglesias se realiza en servicio a la misión de la Iglesia que consiste en el anuncio del Reino de Dios en palabras y hechos. El intercambio de dones debe practicarse en un espíritu ecuménico. A la vez, no se limita a las iglesias cristianas, ya que una auténtica catolicidad amplía el horizonte y pide apertura para recibir también elementos que fomenten la vida, las relaciones, la justicia y el crecimiento de la humanidad.
Vale notar que el Instrumentum Laboris para la segunda sesión del Sínodo nos recuerda algo importante: “el intercambio de dones tiene lugar en un contexto que aún siente los efectos del colonialismo y del neoliberalismo, que no han terminado.” (Cfr. Instrumentum Laboris para la segunda sesión, nro. 95). Por ello, “una Iglesia que crece en la práctica de la sinodalidad está invitada a comprender el impacto de estas dinámicas sociales en el intercambio de dones y a buscar su transformación” (Cfr. Instrumentum Laboris para la segunda sesión, nro. 95). Es importante fomentar el intercambio de buenas prácticas sinodales entre las Iglesias como, por ejemplo, una mayor y más eficaz inclusión de las mujeres en espacios de gobierno de la Iglesia en los diferentes ámbitos y el Cuidado de la Casa común, algo que tiene una urgencia imperiosa en este mundo que “se va desmoronando” (Cfr. LD 2).
P. Antes de la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal se realizaron las Asambleas continentales, una experiencia marcante para la Iglesia de América Latina, en las que usted participó. ¿Cómo avanzar en este tipo de experiencias en busca de decisiones y de un mayor diálogo dentro y fuera de la Iglesia?
R. La experiencia de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe nos enseñó la importancia de buscar los modos que permitan a un mayor número de personas de todas las vocaciones y de los diferentes contextos geográficos, reunirse para discernir juntos. Para este fin, en el CELAM nos sirven mucho las cuatro regiones establecidas (CAMEX, Caribe, Bolivariana y Cono Sur).
Nos ayudó el método propuesto por la Secretaría General del Sínodo, el método de la conversación en el Espíritu o la conversación espiritual, ya que permitió escucharnos atentamente y con apertura de mente y corazón, discernir en grupos pequeños, compuestos por integrantes de las diferentes vocaciones en la Iglesia, laicos, laicas, religiosos y religiosas, presbíteros y obispos. Los participantes valoraron esta práctica como muy sinodal, adaptando el método a los diversos contextos socioculturales, con moderadores de los grupos pequeños que estén adecuadamente preparados.
Así mismo, en base a los aportes de los diversos miembros del Pueblo de Dios en las cuatro regiones, un grupo de teólogos pudo ayudar a identificar los temas principales que habían salido, realizar una reflexión sobre las aportaciones y elaborar una síntesis con muchas referencias directas de las contribuciones, dando así mucho valor al sensus fidei fidelium, el sentir de fe o la intuición en cuestiones de fe que el pueblo tiene.
A la vez, se apreció el servicio y la voz de teólogos y teólogas en el proceso de discernir los contenidos de la Síntesis. Tanto mi persona, que en ese entonces fui presidente del CELAM, como otras personas con responsabilidades importantes en el gobierno del CELAM participaron en el proceso de la elaboración de la Síntesis, escuchando y discerniendo juntos.
Es importante incentivar más la práctica de la escucha mutua como hermanos y hermanas en la fe por el bautismo y de la escucha del Espíritu, protagonista de todo proceso sinodal, en la escucha y el discernimiento común y en la búsqueda de consenso, saliendo del “yo” al “nosotros”. De este modo, nosotros, los obispos ejercemos nuestra autoridad y responsabilidad como pastores, acompañando y orientando estos procesos en medio del Pueblo de Dios y en actitud de escucha al Espíritu que nos habla a través de la Palabra de Dios, de los otros miembros del Pueblo de Dios, en el silencio orante y discerniente y en el consenso que muchas veces surge como fruto del esfuerzo discerniente común.
Con miras al futuro, me parece importante tener presente a lo que nos anima el Instrumentum Laboris para la segunda sesión del Sínodo: a generar “espacios de escucha y diálogo con las instituciones civiles, los representantes de otras religiones, las organizaciones no-católicas y la sociedad en general” (IL nro. 98).
P. El Instrumentum Laboris habla del Obispo de Roma como el garante de la sinodalidad. ¿Cómo esa garantía de la sinodalidad debería ser asumida por cada obispo en su Iglesia local? ¿Cómo hacer que las iglesias locales tengan un estilo más sinodal?
R. Definitivamente, la sinodalidad requiere una relación dinámica entre la colegialidad de los obispos y el primado, entre todo el Pueblo de Dios con los obispos y el obispo de Roma, como principio de unidad en la Iglesia. En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco propone una “saludable descentralización” (EG 16) al señalar que “no es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios” (EG 16).
Se recalca la necesidad de dar a las Conferencias episcopales “un estatuto […] que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también una auténtica autoridad doctrinal” (EG 32). También en la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium se habla de la “corresponsabilidad en la comunión” (II,2) que se quiere fomentar.
Cada obispo en su Iglesia local está llamado a incentivar una conversión sinodal de mente y corazón así como promover la generación de estructuras, medios y procedimientos que faciliten la implementación de las reformas sinodales y una práctica consecuente de la sinodalidad como, por ejemplo, una mayor inclusión de mujeres en los espacios de discernimiento, preparación y toma de decisiones en los diferentes consejos y comisiones a nivel parroquial y diocesano y a realizar periódicamente Asambleas diocesanas que son espacios de práctica sinodal.
P. Personalmente, ¿qué espera de la Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal? ¿Qué pasos deberían ser dados para que la sinodalidad pueda avanzar de manera decisiva?
R. El proceso que se viene realizando en estos dos años puede dar frutos muy importantes para avanzar de manera decisiva en la sinodalidad a todo nivel. Para ello es necesaria una verdadera conversión a la sinodalidad. Un aspecto muy importante que debe abordarse es el de la formación que permita fructificar los talentos recibidos y ponerlos al servicio de todos. Recordemos que el tiempo que el Señor dedicó a la formación de los discípulos revela la importancia de esta acción eclesial. El Pueblo Santo de Dios no es sólo objeto, sino sujeto corresponsable de la formación para la sinodalidad.
Los ámbitos de la formación necesaria son múltiples, pues además de la formación teológica, están el ejercicio de la corresponsabilidad, la escucha, el discernimiento, el diálogo ecuménico e interreligioso, el servicio a los pobres y el cuidado de la casa común. Para ello, las Conferencias Episcopales han de trabajar juntas a nivel regional para crear una cultura de formación permanente; la formación de los ministros ordenados debe concebirse en coherencia con una Iglesia sinodal, unida a la vida cotidiana de los fieles.
La experiencia de la Conversación en el Espíritu fue enriquecedora. Se apreció un estilo de comunicación que favoreció la libertad a la hora de expresar los propios puntos de vista y escuchar al otro. Esta actitud básica crea un contexto favorable para ahondar en temas también controvertidos. Para desarrollar un auténtico discernimiento eclesial, es necesario integrar, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio, una base informativa más amplia y un componente reflexivo más articulado, para evitar refugiarse en la comodidad de las fórmulas convencionales
Por eso es necesario identificar las condiciones que hacen posible que la investigación teológica y cultural parta de la experiencia cotidiana del Pueblo Santo de Dios y se ponga a su servicio, incorporando los debates en profundidad entre expertos de diferentes competencias y formaciones. Es necesario resaltar la necesidad de profundizar en la escucha y acompañamiento: La conversación en el Espíritu es un ejercicio ascético exigente, que obliga a cada uno a reconocer sus propios límites y la parcialidad de su punto de vista. En el proceso sinodal, la Iglesia se ha encontrado con muchas personas y grupos que pedían ser escuchados y acompañados.
Muchas personas experimentan un estado de soledad a menudo cercano al abandono; por ello hay que tener en cuenta que la escucha y el acompañamiento no son solo iniciativas individuales, sino una forma de acción eclesial, por eso deben encontrar un lugar en la programación pastoral, por lo que se hace necesario establecer un ministerio de escucha y acompañamiento. Es necesario reconocer el rol relevante de los evangelizadores digitales hoy, en que la cultura digital representa un cambio fundamental en la forma en que concebimos la realidad y nos relacionamos entre nosotros mismos; es también una dimensión crucial del testimonio de la Iglesia en la cultura contemporánea.
Por ello se requiere que las Iglesias ofrezcan reconocimiento, formación y acompañamiento a los misioneros digitales, creando redes de colaboración de personas influyentes que incluyan a personas de otras religiones o que no profesen ninguna fe, pero que colaboren en causas comunes para la promoción de la dignidad humana, la justicia y el cuidado de la casa común.
Es necesario desarrollar la participación y co-responsabilidad, pues todos los bautizados son corresponsables de la misión, cada uno según su vocación, experiencia y competencia, otorgando justo reconocimiento a la responsabilidad de los laicos en la misión en el mundo, pues la sinodalidad crece en la implicación de cada miembro en los procesos de discernimiento y toma de decisiones. Hay que promover el fortalecimiento de los Consejos Pastorales en las comunidades eclesiales y en las Iglesias Locales, reforzando los órganos de participación con una adecuada participación de laicos y laicas en los procesos de discernimiento y toma de decisiones.
En la comunión de toda la Iglesia, es necesario articular el discernimiento eclesial por parte de las Conferencias Episcopales y el de las Asambleas Continentales. Es muy importante una instancia de sinodalidad y colegialidad a nivel continental, dada la necesidad de reforzar y revitalizar las agrupaciones de Iglesias ya existentes. El ejercicio de la sinodalidad a nivel regional, nacional y continental se alimenta de las Asambleas continentales que, respetando la especificidad de cada continente, tienen debidamente en cuenta la participación de las Conferencias Episcopales.
Articular los procesos del Sínodo de Obispos y de la Asamblea Eclesial, pues hay un vínculo intrínseco entre la dimensión sinodal de la vida de la Iglesia (la participación de todos), la dimensión colegial (la solicitud de los Obispos por toda la Iglesia) y la dimensión primordial (el servicio del Obispo de Roma, garante de la comunión).
Por ello enriquece la presencia del laicado, religiosos y religiosas como participantes de una Asamblea episcopal, precisando en base a qué criterios los no obispos pueden participar de la Asamblea. Es necesario profundizar sobre cómo articular sinodalidad y colegialidad en el futuro, distinguiendo la contribución de todos los miembros del Pueblo de Dios en la toma de decisiones y el rol específico de los Obispos. En el proceso se sugirió que luego de una Asamblea Eclesial, siga una Asamblea Episcopal.
También es necesario profundizar el modo en que los expertos de diferentes disciplinas, especialmente teólogos y canonistas, puedan contribuir al trabajo de la Asamblea Sinodal y a los procesos de una Iglesia sinodal. En todo este proceso, muy novedoso y desafiante, es necesario garantizar una evaluación de los procesos sinodales a todos los niveles de la iglesia.