Por Mons. Edinson Edgardo Farfán Córdova, OSA
Obispo de Chiclayo
Administrador Apostólico de Chuquibambilla – Delegado Sinodal-Perú
Desde octubre de 2021, con la Misa de Apertura, el Papa Francisco, sucesor de Pedro, dio inicio al Sínodo de la Sinodalidad, cuyo tema fue: “Por Una Iglesia Sinodal de Comunión Participación y Misión”. Este proceso ha incluido una profunda escucha a nivel diocesano, continental y universal, permitiendo al Santo Pueblo de Dios que dialogara y compartiera sus sentimientos bajo la guía del Espíritu Santo. Este proceso ha abarcado tres años y se ha desarrollado en dos sesiones: la primera en octubre de 2023 y la segunda en octubre de 2024. Destacó especialmente la voz de los laicos, quienes por primera vez fueron considerados en el discernimiento de la Iglesia. Este diálogo ha sido fundamental para responder a la pregunta: ¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?
La sinodalidad nos ha permitido recorrer un camino de discernimiento conjunto, en el que el protagonista es el Espíritu Santo. Gracias a su guía, hemos logrado armonizar nuestras diferencias y mantener siempre presente el horizonte de nuestra misión: anunciar el reino de Dios, ofreciendo a cada persona, sin excluir a nadie, la misericordia y el amor del Padre (Documento Final 140).
Como delegado sinodal, puedo afirmar con esperanza que en todas las aportaciones e intervenciones de la Asamblea he sido fiel al discernimiento que el Santo Pueblo de Dios expresó previamente en los encuentros sinodales con obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. He tenido la oportunidad de comunicar no mis propias ideas, sino lo que he escuchado en un clima de oración, encuentro, silencio, diálogo y escucha.
Es gratificante hablar en nombre de un pueblo que confía en tu voz. Agradezco a la Iglesia, Pueblo de Dios en Perú, América Latina y el Caribe, por depositar su confianza en este servidor. No puedo dejar de recordar las Asambleas Continentales y del Episcopado Peruano, los retiros espirituales y encuentros para sacerdotes y religiosas, las semanas y encuentros teológicos, así como las asambleas diocesanas sinodales en nuestras iglesias particulares. También valoro los encuentros y talleres sinodales para profesores de religión, las interacciones con comunidades autóctonas y originarias, catequistas, jóvenes, comunicadores, movimientos eclesiales, vida consagrada, seminaristas y formadores.
Quiero dar gracias a Dios por la Asamblea sinodal eclesial diocesana en mi amada diócesis de Chiclayo y en la Prelatura de Chuquibambilla, que sin duda representa una hermosa expresión de sinodalidad. Cada uno aportó una riqueza que permite apreciar la armonía en las diferencias, construyendo así una Iglesia sinodal y misionera que acoge a todos. La Iglesia es madre y siempre está con los brazos abiertos para recibir a sus hijos.
En las dos sesiones, se implementó la metodología del conversatorio en el Espíritu, un enfoque adecuado para el discernimiento. Tanto en la primera como en la segunda sesión del Sínodo, tuve la oportunidad de desempeñarme como secretario y relator de los círculos menores. Este trabajo, aunque arduo, conllevaba una gran responsabilidad y requería la fineza del oído para captar las ideas principales del grupo.
Se ha elaborado un documento final como fruto de estos tres años de trabajo, y puedo afirmar que el Espíritu Santo ha sido una luz que nos ha guiado en este proceso. Han sido muchas horas de diálogo y escucha, dedicadas a comprender el sentir de la universalidad de la Iglesia.
El Santo Padre, en su discurso de clausura tras la votación y aprobación, ha anunciado que no se publicará una Exhortación Apostólica Post Sinodal. En su lugar, este documento final servirá para continuar el discernimiento en las Iglesias particulares, así como en las conferencias episcopales nacionales y continentales. Este resultado es fruto de tres años de reflexión, donde se encuentran los fundamentos teológicos y las propuestas para esta Iglesia del tercer milenio. Agradecemos a los teólogos, canonistas, maestros de espiritualidad, y a todos los padres y madres sinodales que han iluminado este camino sinodal.
En el documento, podremos apreciar los fundamentos teológicos, canónicos y espirituales, siempre en fidelidad a las Sagradas Escrituras, la Tradición, el Magisterio y el Sensus Fidei. El fundamento de la sinodalidad es la Comunión Trinitaria, que nos inserta y otorga identidad a través del Sacramento del Bautismo, incorporándonos a la vida de la Iglesia. “El bautismo es el fundamento de la vida cristiana, porque introduce a todos en el don más grande: ser hijos de Dios, es decir, partícipes de la relación de Jesús con el Padre en el Espíritu” (Documento Final 21).
Somos conscientes de la importancia de la formación en la Iniciación Cristiana, del valor de la Eucaristía como fuente y culmen de toda la vida cristiana, del cuidado de la familia, de la necesidad de una espiritualidad de la escucha, del rol de la mujer en la Iglesia, así como del discernimiento, la conversión personal y pastoral, la corresponsabilidad y la valoración de los carismas y ministerios. Sin embargo, todo esto debe llevarnos a un compromiso real con la vida, cuidando de no quedarnos en una formación teórica que nos haga olvidar la caridad hacia los pobres y marginados de la sociedad. Debemos tener cuidado de que la imagen del reino de Dios no se reduzca a meras teorías o reflexiones teológicas de escritorio.
Las palabras del Papa Francisco en su homilía de clausura del Sínodo son iluminadoras: «No una Iglesia sentada, sino una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, sino una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, sino una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo».
La sinodalidad es constitutiva en la vida de la Iglesia y debe implementarse en las parroquias, en las Iglesias particulares, así como en las conferencias episcopales, continentales y provincias eclesiásticas. Las parroquias y cada Iglesia Particular están llamadas a dinamizar la sinodalidad mediante la creación de consejos episcopales, pastorales y económicos, con el fin de fomentar una mayor transparencia en su misión.
Es fundamental fomentar las mutuas relaciones entre la Iglesia Particular y las conferencias episcopales y continentales, en comunión con el Sucesor de Pedro. Estas relaciones representan verdaderas escuelas de formación en la sinodalidad, y es importante saber aprovecharlas al máximo.
El camino sinodal no ha terminado; se abre una puerta para continuar con la misión y la evangelización en clave de discernimiento. En este proceso, la espiritualidad de la escucha, la conversión y la sanación son pilares fundamentales para construir una Iglesia sinodal más misionera.
Gracias, Papa Francisco, por tu inmenso amor a la Iglesia. Agradecemos tu esfuerzo por ayudarnos a recordar aquel Pentecostés de 1962-1965, el Gran Concilio Vaticano II, que marcó un nuevo rumbo para la Iglesia y que se actualiza hoy para continuar caminando y construyendo la Iglesia de Comunión, Participación y Misión.
Con el sentir de todos los padres y madres sinodales, pongo este camino de la Iglesia del tercer milenio bajo el manto protector de María de Nazaret. “A la Virgen María, que lleva el espléndido título de Odighitria, aquella que indica y guía el camino, confiamos los resultados de este Sínodo. Que Ella, Madre de la Iglesia, que en el Cenáculo ayudó a la comunidad naciente a abrirse a la novedad de Pentecostés, nos enseñe a ser un Pueblo de discípulos misioneros que caminan juntos hacia una Iglesia sinodal” (Documento Final 155).