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Hacer un balance de Aparecida 15 años después de la celebración de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe es el propósito del Documento elaborado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y que lleva por título: “Nuestras deudas con Aparecida”.

El escrito comienza recordando los tres mandatos de la Asamblea Ordinaria de 2019 a la actual presidencia: concluir la nueva sede, renovar y restructurar la institución, y celebrar la VI Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño.

En lo referente a la VI Conferencia, el Papa Francisco no lo vio oportuno, el motivo fue que Aparecida aún no se encarnaba completamente en la Iglesia latinoamericana y caribeña. Como alternativa propuso la organización de una Asamblea Eclesial. Pero quedó abierto el conocer aquellos aspectos que se consideran pendientes de Aparecida. Ahí está el motivo de esta publicación del Celam, algo a ser leído junto con los desafíos y orientaciones pastorales de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe.

Génesis de Aparecida

El texto comienza relatando el génesis de Aparecida, los pasos previos hasta desembocar en el discurso inaugural del Papa Benedicto XVI y el posterior desarrollo de la Conferencia, hasta llegar al consenso final, algo visto como una prueba de que en Aparecida actuó el Espíritu Santo. Una Conferencia que es un aporte de la Iglesia latinoamericana y caribeña a la Iglesia Universal, concretizado en la figura del Papa Francisco.

Aparecida tuvo lugar en un contexto histórico, queriendo renovar el Concilio Vaticano II. Al Concilio le siguieron una serie de hechos que marcaron la historia de los últimos 50 años: la “rebelión de los estudiantes”, en 1968; Conferencia de Medellín, un contrapunto a la actitud europea de vuelta atrás en lo referente al Concilio; la “crisis del petróleo”, aparición de grupos guerrilleros y la expansión de dictaduras militares, en los 70; la crisis nacida del “capitalismo financiero” en la década de 80; la caída del Muro de Berlín en 1989 y desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991, una década de globalización neoliberal, que en América Latina hizo aumentar  la violencia, el desempleo y la pobreza.

Opción preferencial por los pobres

Ello llevó a una crisis de sostenibilidad ecológica, aumento de la exclusión y de la violencia, crisis de los valores éticos, pérdida de identidad cultural y subjetiva, crisis de la solidaridad. Ahí surge el nuevo milenio marcado por una honda crisis civilizatoria. La opción por los pobres, un elemento marcante en la Iglesia de América Latina y el Caribe parecía diluirse, algo que cambió en el discurso inicial del Papa Benedicto: la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica.

En este contexto, las principales contribuciones de Aparecida nacen de un llamado del Espíritu: el rencuentro fecundo con el Evangelio de Jesucristo y por nuevas formas de expresión eclesial. Desde ahí, el gran logro de Aparecida es haber recuperado el sentimiento de una Iglesia continental con características propias, portadora de un camino original y con capacidad de hacer contribuciones sustantivas a la Iglesia universal: misión y evangelización de la cultura; Iglesia que incluye el desarrollo humano integral, ambiental y socialmente sostenible; Iglesia con una pastoral que asume la opción preferencial por los pobres; Iglesia que piensa en nuevas formas de hacer política, para el bien común.

Conversión pastoral

Desde la base de la dimensión comunitaria de la fe, Aparecida llama a una nueva conversión pastoral, superando la mirada intimista de la fe, con comunidades eclesiales, centros irradiadores del Reino de Vida, que tienen su centro en Cristo y en los pueblos. Una Iglesia en salida permanente, en estado permanente de misión, que asume lo incierto, transforma mentalidades y estructuras. Una Iglesia de discípulos misioneros, en comunión, que forma agentes pastorales en el encuentro con Cristo, en lo teológico-doctrinal, en la vida comunitaria.

Buscando el desarrollo humano integral, una Iglesia samaritana y profética, solidaria, acogedora, compañera de camino, abogada de los pobres. Una Iglesia que acoge a “los nuevos sujetos de la Iglesia” para integrarlos. Una Iglesia con protagonismo masculino y femenino, que se preocupa por la animación bíblica de toda la pastoral, la centralidad de la Eucaristía, la renovación de la opción preferencial por los pobres, un estilo pastoral cercano, que reforma las estructuras y envuelve a la Iglesia en la vida pública.

Deudas, dificultades y desafíos actuales

Pero Aparecida también encierra deudas, dificultades y desafíos actuales, centradas en la misión, que debe ir más allá de un programa de acción pastoral en todo el continente, y tiene que darse a partir de una fe inculturada, en una Iglesia que va al encuentro de las personas, como amiga y huésped, está al lado del que sufre, dialoga con la sociedad y con el mundo digital.

La conversión pastoral se ha quedado muchas veces en el lenguaje y no permea los corazones, no todos pueden decidir. Por ello se indica un cambio de mentalidad y transformación de las estructuras, siguiendo el Magisterio del Papa Francisco, en una Iglesia Pueblo de Dios, en la igual dignidad que nace del Bautismo, con nuevos lenguajes de anuncio, que valora la diversidad y asume la sinodalidad.

Desafíos a enfrentar

La Reforma de las estructuras se debe concretar en activar los consejos pastorales y económicos, en parroquias comunidad de comunidades, en hacer de la periferia el centro, en ver la estructura de las Conferencias Episcopales y avanzar en el proceso de renovación del Celam. A esto se une el desafío de Clericalismo, que retrasa los procesos y la fuerza de nuestra misión, según el Documento. Una expresión de relaciones de poder mal ejercidas, que debe dar paso a una Iglesia bautismal, que impulsa la formación, la escucha, la ministerialidad y supera prácticas clericales.

En referencia al Cuidado de la Casa Común, se impulsó una nueva práctica pastoral, algo enriquecido con Laudato Si y Querida Amazonía. Para avanzar en este campo se propone formación sobre cambio climático, asumirlo como algo ecuménico, profundizar en sus alcances teológicos y articularlo con las iniciativas de la economía de Francisco y Clara.

“Cosas nuevas” surgidas después de Aparecida

El Documento recoge “cosas nuevas” surgidas después de Aparecida en diferentes campos: antropología, sinodalidad, participación de la mujer en la Iglesia, realidades propias de América Latina y el Caribe, política y economía, ecología, ciencia, tecnología, comunicación e información global, diálogo ecuménico e interreligioso.

La concepción de la identidad básica del ser humano demanda una respuesta pastoral adecuada, teniendo en cuenta el subjetivismo que aparta de Dios y de la trascendencia. Un individualismo potenciado con la pandemia, debilitando las redes de apoyo y solidaridad. Se ha pasado al transhumanismo, pasar desde la mano de obra humana a los robots. Un mundo que apuesta por la guerra para resolver conflictos, una religiosidad privatizante, sin dimensión social de la fe.

Nuevas formas de ser Iglesia

Una Iglesia sinodal, con igual dignidad de todos los bautizados en la vida pastoral, en una sociedad que ya no es de cristiandad, lo que demanda diálogo. Una Iglesia en la que las mujeres participen de manera más protagónica y en espacios de decisión. Una Iglesia cuestionada y con pérdida de credibilidad ante los abusos, que también provoca que disminuya el empeño evangelizador, que necesita enfrentar los abusos con verdad y transparencia para ser creíble.

También ha surgido el desafío de acompañar a la población LGTBIQ+, a las nuevas dinámicas familiares, con un pedido de mayor participación por parte de los “sacerdotes casados”. Una Iglesia llamada a acompañar la realidad del continente, más urbana, que debe estar más cercana de indígenas y afro, a quien vive en las periferias, a los “sobrantes y desechables”, que han crecido, en diálogo con los Movimientos Populares, generando ritos litúrgicos propios.

Nueva realidad social y política

En América Latina y el Caribe se ha instalado la polarización y falta de diálogo, un debilitamiento de la democracia, el auge de los populismos y tendencias totalitarias. Eso provoca deterioro de la calidad de vida y el aumento de los niveles de desigualdad y pobreza, potenciados por la pandemia, con aumento del fenómeno migratorio. El cuidado de la casa común tiene más fuerza y la tecnología ha aumentado las desigualdades sociales y una nueva organización del trabajo y de compartir información.

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