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Es necesario invertir en las jóvenes generaciones para hacer frente al clima de guerra y violencia mutua que caracteriza a la sociedad contemporánea. Es el mensaje que el Papa Francisco vuelve a subrayar en su prefacio en el libro «Para un conocimiento de la paz», publicado recientemente por la Librería Editora Vaticana.

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En el texto redactado por el Santo Padre, se dirige en particular a los jóvenes que pretenden especializarse en “Ciencias de la Paz”. El gusto por el estudio, afirma el Pontífice, debe ir acompañado de un corazón inspirado en el Evangelio, capaz de compartir las esperanzas y las ansiedades de los hombres y mujeres de hoy.

Asimismo, señala la necesidad de “hombres y mujeres, bien preparados, equipados con todas las herramientas necesarias para leer e interpretar las dinámicas sociales, económicas y políticas de nuestro tiempo”.

Para ello, el Santo Padre indica que “comprometerse en estos caminos de formación puede ser una ayuda válida para que muchos jóvenes descubran que ‘la vocación laical es ante todo caridad en la familia y caridad social o política: es un compromiso concreto a partir de la fe para la construcción de una nueva sociedad, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas exigencias, hacer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo’”.

Además, en el libro se incluyen otras contribuciones, como un documento del Arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario de Relaciones con los Estados, y el Cardenal Renato Raffaele Martino, presidente emérito del Consejo Pontificio de Justicia y Paz y presidente emérito del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes.

A continuación, el texto escrito por el Santo Padre, publicado en Vatican News:

Prólogo del Papa Francisco

“El cambio de época que la humanidad está experimentando está conformado por lo que he denominado repetidamente como ‘una tercera guerra mundial a pedazos’. Sabemos bien cuánto el miedo a una guerra mundial, capaz de destruir a toda la humanidad, ha marcado nuestro pasado reciente. San Juan XXIII dedicó su última Encíclica, dirigiéndola a todos los hombres de buena voluntad, al tema de la paz. (Carta Enc. Pacem in Terris, 11 de abril de 1963). Y cómo no recordar el sincero llamamiento de San Pablo VI a la Asamblea de las Naciones Unidas: ‘Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más…’ (4 octubre 1965).

Lamentablemente, debemos señalar que hoy en día el mundo sigue inmerso en un clima de guerra y violencia mutua: esta dolorosa realidad no sólo exige que mantengamos vivo el llamamiento a la paz, sino que casi nos obliga a hacernos preguntas decisivas.

¿Por qué en un mundo en el que la globalización ha derribado tantas fronteras, en el que todos -se dice- estamos interconectados, seguimos practicando la violencia en las relaciones entre los individuos y las comunidades?

¿Por qué los que son diferentes a nosotros a menudo nos asustan tanto, como para hacernos asumir un comportamiento de defensa y sospecha que con demasiada frecuencia se convierte en agresión hostil?

¿Por qué los gobiernos de los Estados creen que el despliegue de su fuerza, incluso con actos de guerra, puede darles mayor credibilidad a los ojos de sus ciudadanos y aumentar el consenso del que gozan?

Estas y otras preguntas no pueden ser respondidas de manera general y apresurada. Se necesita un compromiso de estudio, también es necesario invertir en la investigación científica y en la formación de las jóvenes generaciones. Por estas razones consideré necesario establecer en la Pontificia Universidad Lateranense un Ciclo de Estudios en Ciencias de la Paz, basado en la convicción de que la Iglesia está llamada a comprometerse en ‘la solución de los problemas relativos a la paz, la armonía, el medio ambiente, la defensa de la vida y los derechos humanos y civiles’. (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 65).

En tal compromiso ‘el mundo universitario tiene un papel central, un lugar que simboliza ese humanismo integral que necesita renovarse y enriquecerse continuamente, para que pueda producir la valiente renovación cultural que exige el momento actual’. Este desafío también interpela a la Iglesia que, con su red mundial de universidades eclesiásticas, puede ‘aportar la decisiva contribución de la levadura, la sal y la luz del Evangelio de Jesucristo y de la Tradición viva de la Iglesia siempre abierta a nuevos escenarios y nuevas propuestas’, como recordé recientemente al reformar el sistema de estudios académicos en las instituciones eclesiásticas. (Cf. Constitución Apostólica Veritatis Gaudium, 2). Esto ciertamente no significa alterar el sentido institucional y las tradiciones consolidadas de nuestras realidades académicas, sino más bien orientar su función en la perspectiva de una Iglesia más marcadamente ‘en salida’ y misionera. De hecho, es posible hacer frente a los desafíos del mundo contemporáneo con una capacidad de respuesta adecuada en cuanto al contenido y compatible en cuanto al lenguaje, en primer lugar dirigiéndose a las nuevas generaciones. (Carta al cardenal De Donatis con motivo del establecimiento del nuevo curso de estudios en ‘Ciencias de la Paz’, 12 de noviembre de 2018).

Este volumen ofrece una primera visión general de algunos de los centros de interés de esta nueva empresa académica. Es necesariamente interdisciplinario y expresa un diálogo fructífero entre la filosofía, la teología, el derecho y la historia. Confío en que una profundización rigurosa de estas líneas de investigación, alimentada también por las aportaciones de las ciencias humanas, fomentará el crecimiento de un ‘conocimiento de la paz’ para formar a pacificadores verdaderamente valiosos, dispuestos a ponerse en juego en los más diversos ámbitos de la vida de nuestras sociedades.

Quisiera subrayar que un buen trabajador por la paz debe ser capaz de madurar una mirada al mundo y a la historia que no caiga en un ‘exceso de diagnóstico’, que no siempre va acompañado de propuestas resolutivas y realmente aplicables. (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 50). Se trata, de hecho, de ir más allá de un enfoque puramente sociológico que pretende abarcar la totalidad de la realidad de manera neutral y aséptica. Quienes deseen convertirse en expertos en Ciencias de la Paz deben aprender a estar atentos a los signos de los tiempos: el gusto por la investigación y el estudio científico debe ir acompañado de un corazón capaz de compartir ‘las alegrías y las esperanzas, las penas y las angustias de los hombres de hoy’ (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Gaudium et Spes, 1) para saber hacer un verdadero discernimiento evangélico.

Realmente necesitamos hombres y mujeres, bien preparados, equipados con todas las herramientas necesarias para leer e interpretar las dinámicas sociales, económicas y políticas de nuestro tiempo. Comprometerse en estos caminos de formación puede ser una ayuda válida para que muchos jóvenes descubran que ‘la vocación laical es ante todo caridad en la familia y caridad social o política: es un compromiso concreto a partir de la fe para la construcción de una nueva sociedad, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas exigencias, hacer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo’. (Postsin. ap. exhortación Christus vivit, 168).

Agradezco al profesor Marengo, que ha editado este volumen, así como a los relatores cuyas aportaciones abren el camino para la maduración de este campo indispensable de la investigación científica, destinado a alimentar prácticas de paz y armonía entre los hombres y los pueblos”.

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